Un mundo irreconocible.
El diccionario de la RAE define el adjetivo Irreconocible como la situación alcanzada por la que, a algo o alguien, trascurrido un tiempo, no se le puede reconocer. Las causas para llegar a ello pueden ser múltiples y tanto de origen endógeno como exógeno. En ciertos casos, es el propio elemento objeto de la observación, el que interviene directamente en que ocurra tal fenómeno debido a ciertos desgastes naturales o descomposiciones físicas o químicas que suelen ser achacables a factores como el paso del tiempo, las enfermedades u otros agentes exógenos que, como acciones externas premeditadas y casi siempre, malintencionadas en busca del daño, inciden directa y negativamente sobre ellos.
Estas ocasiones, que por cierto son la mayoría de todas ellas, son las más perniciosas porque, como ya se ha mencionado, el fenómeno de degradación es más profundo y rápido por no ser achacable a la propia y lenta descomposición del elemento en cuestión, sino, exclusivamente, a rebuscados ataques externos, completamente ajenos al propio elemento o sistema analizado.
Es lo que, últimamente viene ocurriendo con la paz y la armonía mundial que si bien, no es que estuvieran como para echar cohetes y abrir fastos en su honor en cualquier momento ambos, sí mantenían un determinado orden y concierto gracias varios fenómenos de apoyo cómo el peso, la categoría y el acierto de la mayor parte de los agentes políticos gobernantes y su tradición creada en los países de importancia y también, al papel jugado por ciertos organismos de carácter y aplicación mundial o regional internacional como podría ser la ONU, la OTAN y otras organizaciones o asociaciones políticas, económicas o sociales.
En los últimos veinte años, la continua e imparable desaparición de la vida pública o la degradación de los citados elementos o personas -que servían de parapeto a nocivas iniciativas- se ha visto intensificada por una serie de fenómenos como la pandemia del coronavirus que atacó y se expandió por todo el mundo produciendo un profundo cambio en nuestra forma de ver las cosas, en cómo protegernos y vivir la propia vida; los avances tecnológicos y destructivos en el mundo del armamento; la explosión del enorme desarrollo de las capacidades de los drones y materiales que se mueven de forma autónoma por tierra mar y aire; las múltiples aplicaciones de la inteligencia artificial y otros factores de crisis de gran calado en campos de la política y la economía de no menor importancia, han hecho que el mundo ya no se parezca en nada a lo que, tan solo hace unos pocos años, era.
Conviene tener en consideración por su importancia y transcendencia la crisis en el seno de la UE y en el Reino Unido por las consecuencias del Brexit; las crecientes, actuales y peligrosas pérdidas de liderazgo en Alemania y Francia con potentes giros hacia la ultra derecha de tan nefastos recuerdos para todos; la ya larga y costosa guerra en Ucrania con sus implicaciones para la UE, la OTAN y fundamentalmente, los países vecinos; los hasta ahora increíbles avances y atrevimientos de grupos terroristas contra Israel que, en poco tiempo, han transformado un ataque terrorista de limitado alcance en una auténtica guerra de carácter global, aunque, de momento parezca o sea regional. Acción bélica esta, que podría llamarse la nueva guerra en Oriente medio por el número y potencia de los materiales empleados, las bajas que producen y el incremento de actores en juego (Hamás en Gaza, Hezbollah en el Líbano, los Hutíes de Yemen y de forma más oculta, Irán o Siria entre otros); sin olvidarnos de los crecientes y nada limitados conflictos en otras partes del mundo como África y sus aguas o estrechos colindantes ; así como, la crisis energética en todas sus facetas con la indefinición de la energía nuclear y su futura aplicación y uso; o de los cambios en el nuevo y diferente mundo derivado del empleo de avanzadas tecnologías en múltiples facetas -muchas de ellas aplicadas en masa aún sin haber sido desarrolladas o evaluadas del todo-; ni de las transcendentes o peligrosas -por su carácter permanente de forma creciente y masivo- migraciones del Sur hacia el Norte en varios continentes, en busca de agua, sustento o un simple cobijo o puesto de trabajo. Todas ellas, juntas o por separado, nos han movido, nos mueven y nos moverán a tomar decisiones de gran calado, muchas dolorosas y a que el mundo inicie ciertas tendencias o derivas que no conducen a nada fácil, simple ni bueno, o al menos, así lo parece a primera vista.
Las faltas de liderazgo en EEUU y Rusia con los patentes y muy peligrosos errores resaltados en los últimos tiempos en ambos; la marcha sin rumbo ni cabeza visible de Europa hacia un mundo de chalaneo e insignificancia militar o política; el inusitado crecimiento de otros actores, hasta hora jugando en otra liga como China, la India, Turquía, Corea del Norte, Pakistán e Irán y el imparable y creciente movimiento por la libertad y la democracia en múltiples escenarios de Iberoamérica, son elementos que no se deben observar cómo locales ni de menor importancia porque juntos tienen una gran la trascendencia y su propia concurrencia puede mover conciencias internacionales actualmente o en un futuro muy próximo.
La búsqueda de nuevas riquezas inexpugnables, hasta el momento, tanto en el continente africano cómo bajo las aguas y hielos del Ártico, serán, sin duda, fuente de grandes y graves enfrentamientos entre los tres principales colosos (EEUU, Rusia y China) quienes actualmente, pretenden repartirse el mundo, siempre a su favor, y gozar en exclusiva de sus manjares.
Con respecto a la catadura moral, personal o política de los dirigentes actuales, habría mucho que rascar, criticar y hasta menospreciar. Su grado de preparación, incluso moral o de dignidad básica deja mucho por desear; incluso algunos son capaces de mantener a sus respectivos países en constantes, costosas y sangrientas guerras con tal de mantenerse en el puesto (Netanyahu y Putin). A otros, sin llegar a tanto, no les importa saltarse a la torera los principios o preceptos democráticos, incluso los más básicos, o destrozar sus países sustituyendo los principios, que debieran ser inamovibles, por otros sin vacilar, aunque estos últimos, no tengan por donde ser asidos, defendidos o mantenidos (Sánchez, Maduro, Erdogan o xi Jing Ping encabezan una larga lista de dictadores y ácratas o aspirantes a ello). Y lo malo de todo esto, es que no hay nadie capaz de levantar la voz contra ellos o, al menos, hacerles rectificar bajo presión.
Las diversas crisis económicas, sanitarias y de orden social, nos han llevado a instalarnos en el mundo de la desmesurada deuda y el ingente déficit sin tener en consideración las nefastas consecuencias que sin ninguna duda, ambos extremos traerán cuando concurran en el momento y lugar, a los países que no han sabido o querido reaccionar a tiempo y, sin embargo, han preferido vivir durante demasiados años, mirando para otro lado y haciendo la vista gorda, porque los que recurren a dichos pecados, saben que no les corresponderá a ellos, subsanarlos y no les importa la herencia que dejen en esta materia a las futuras generaciones propias, que además de tener que enfrentarse a ellos, serán demográficamente muchos menos para poderlos afrontar y corregir.
Definitivamente, el mundo ha cambiado tanto que no hay quien lo reconozca, está totalmente irreconocible y todo manga por hombro siendo el terreno abonado para el apacible solaz de los dictadores y ácratas. Llegado a este punto, no quisiera ser más agorero de lo que lo suelo ser; pero verdaderamente, no me gusta nada el color ni el olor de la orina de este grave enfermo.