Cuando se habla de las invasiones, a una gran mayoría se nos viene a la cabeza aquellas llevadas a cabo a lo largo de la historia por pueblos bárbaros nórdicos en búsqueda de mejores tierras y climas cálidos hacia el sur, las famosas invasiones griegas, fenicias o de Roma por el Mediterráneo y tierra adentro con idea de ocupar todo el territorio conocido, cercano y no tanto hasta los más lejanos confines, las realizadas por los pueblos musulmanes en sus pretensiones de expandirse al norte de África, los muchos imperios en Europa y Asia en su afán de expandirse ocupando grandes extensiones de terreno a las que dominaron durante siglos o por anexionarse las llamadas colonias. Imperios, que han llegado a dominar el mundo, como el propio imperio español donde, como es bien sabido, jamás se ponía el sol y, algo más recientemente, las hazañas de Napoleón y las dos grandes guerras mundiales.
Pero ya entrados en el siglo XXI, muchos incautos pensábamos que dichos términos, ideas y estrategias quedaban para la historia y el recuerdo de épocas que ni por asomo, volverían a ser actualidad.
Los afanes de anexionismo como tal, con ocupación presencial de terrenos donde poder echar raíces, establecerse, sembrar y edificar una ideología política, religiosa o cultural y procrear nuevas generaciones, al menos en lo que conocemos como el mundo occidental, ya quedaban muy atrás.
La globalización, las nuevas tecnologías o la rápida intercomunicación entre los territorios y las personas hacían inviable pensar que los pueblos de nuestro entorno, por diversas y graves razones o necesidades, se vieran avocados a recurrir o sufrir cualquier tipo cruento o incruento de invasión.
Pensamiento, que, a la vista de los acontecimientos actuales, es claramente erróneo y nos da la opción para pararnos un poco y ponernos a pensar. En estos días estamos siendo mudos y casi impávidos testigos de una cruenta y despiadada invasión propiciada por un Goliat, aunque bastante disminuido y falto de fuerzas, sobre un David cada día más crecido, que a cambio de migajas, palmaditas en la espalda, confusas o incumplidas promesas y algo de variopinto armamento regalado; de facto, se ha convertido en él ‘salvador’ de occidente frente a una Rusia alocada en manos de un demente, al parecer bastante enfermo de otros males mayores, que pretende despedirse de este mundo terrenal a lo grande, evocando las glorias y los dominios de aquella Gran Rusia, que jamás volverá a ser una realidad.
Vemos que si aquellas invasiones, cambiaban el mundo geopolítico y los confines de los territorios o dominios de los estados y movían el equilibrio de la balanza o del yugo de un lado a otro en función de los éxitos y logros obtenidos. Hoy en día, la actual invasión de Ucrania -aunque para muchos poco o nada relevante y hasta lejana- se ha convertido en un terremoto para la economía, la industria, el intercambio energético y las relaciones de todo tipo a nivel mundial, por haber incidido directamente sobre el fulcro o punto de apoyo, sobre el que descansaba gran parte del equilibrio y satisfacción económica, energética y hasta por ser unos de los mayores graneros desde donde alimentar a los países circundantes y hasta los del denominado tercer mundo, quienes los unos se tambalean por perder su esfera de confort y para los otros, uno de los mayores flujos sobre los que se sustentaba la escuálida y deficiente alimentación y subsistencia de su gran y paupérrima población.
Las consecuencias iniciales de esta, aparentemente poco importante invasión, son cada vez mayores tanto inicialmente como ya se proyecta a medio y a largo plazo.
Aparte de los millones de refugiados que este como todos los conflictos bélicos propician, las economías mundiales, apenas salientes a trancas y barrancas de una gran crisis económica, sanitaria y de identidad política y social, han recibido un mazazo tan duro como ese gancho, a veces definitivo, que recibe un boxeador casi noqueado y tambaleante sobre el ring, que le lleva de bruces a la lona, desde donde tardará en levantarse o para ello necesitará bastante tiempo y la ayuda de los demás.
Vemos entonces que una invasión en los tiempos actuales, aunque sea regional y focalizada, según sean los actores implicados, puede traer consigo derivadas importantes a nivel mundial y, los problemas, acciones y consecuencias para salir de ellas, por lo general, serán muy duras y costosas; e incluso, para muchos de los directamente implicados, las cicatrices dejadas puede que permanezcan para siempre o tarden muchos años en sanar.
Pero, no hay que olvidar que, en estos mismos momentos y desde unos cuantos años atrás, el mundo próspero y civilizado y por lo tanto muy acomodado, está sufriendo otro tipo de invasiones, que podríamos definir como bastante lentas, progresivas, incruentas y, sobre todo, muy silenciosas. Me refiero claro está, a la sucesiva incorporación a nuestra sociedad de inmigrantes venidos desde todas las latitudes -al margen de los mencionados refugiados que provocan las guerras y las persecuciones- influidos por diversas y múltiples circunstancias, diferentes clases de efectos de llamada y muchos tipos de necesidad.
Llevamos lustros viendo como la mayoría de las ciudades en Europa, EEUU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y algunos países más, a pesar de grandes esfuerzos por pararlo, se van haciendo mucho más multiculturales. Es cada vez más frecuente ver copados la mayor parte de los puestos de trabajo de cara o en contacto con el público por personas de diferente raza, cultura, religión, habla materna y origen social.
La falta de personal aborigen y un desorbitado e imprudente cambio cultural, nos está llevando a que nuestra sociedad rechace puestos de trabajo, hasta ahora considerados normales para nosotros; a que aspiremos a otros puestos de mayor cualificación y que hasta prefiramos quedarnos en el paro o, incluso emigrar, a su vez, a países cercanos o no tanto, en busca de trabajos, aparente o realmente mejor remunerados y no pensemos en volver a nuestro país de origen en un tiempo prudencial.
La mayor parte de la atención al público, la salud y el cuidado de nuestros, mayores e hijos está en un alto porcentaje, in crescendo, en manos de estas personas que emigran de sus países buscando prosperidad o simplemente un trozo de pan. Vemos que muchos de los que llegan, se ven forzados a renunciar a su preparación universitaria o dedicación profesional para ejercer otro tipo de trabajo o profesión por ser lo único que, inicialmente se les ofrece, si es que quieren trabajar.
El trasvase de personas de un país a otro, ya no queda relegado a aquellos habitantes de países lejanos, donde su cultura, exceso de población, hambrunas o problemática social, les obligaba a emigrar; no, ahora y cada vez más, hay un trasvase de personas, cerebros y profesionales de verdad que, poco a poco, van abandonando sus países de origen para establecerse en otros con lo que cada vez en los países receptores es mayor el mix cultural, racial, político, religioso y social.
Hoy nadie se extraña al ver cotidianamente trabajar a importantes directivos o inversores, gobiernos, alcaldes de grandes ciudades, gobernadores y políticos de diferente raza o cultura a la nacional. Es más, debido a la creciente y peligrosa tendencia a disminuir la natalidad y al citado aumento de la migración; pronto llegará un día, en que los no aborígenes -más tendentes a la procreación- superen con creces a la población de larga tradición y origen nacional.
Debido a todo lo anterior, pienso firmemente que los gobiernos actuales deben tomarse más en serio sus políticas para evitar la emigración masiva de lugareños, lo que, a su vez evitará tener que solicitar por pura necesidad o permitir sin moderación una afluencia, cada vez mayor, de inmigrantes hacia los territorios donde, al quedar vacíos de mano de obra y sin futuro de seguir así, les es más fácil encontrar un trabajo inicial y un asiento a la lumbre, a cuyo entorno poder reunir a esos familiares, que dejaron atrás, allí desde donde ellos saltaron a la aventura en busca de algo más.
Las consecuencias de estas invasiones silenciosas, no sé sí serán buenas, mejores o peores de lo que cabría esperar de seguir con nuestra forma de vida y tradición nacional; pero lo que sí está claro, es que los movimientos migratorios, ya no son de carácter temporal como antaño; son definitivos, se hacen para siempre y la presencia de tanto extraño al lugar, sin duda cambiará definitivamente las formas, costumbres y normas de vida de la nación y por ello, se puede afirmar, que muchos países están sufriendo un auténtico e irrecuperable cambio cultural y social y, que además, no se dan cuenta de que esto va cada día a más; basta con utilizar el transporte público en hora punta y darse cuenta de dicha realidad.