Si se despliega un mapa de Medio Oriente, Norte de África, Mediterráneo Oriental y Asia Central, es posible apreciar que Turquía está presente en varios de los conflictos que asolan la región. Hace pocos años, Ankara decía tener «cero conflictos con sus vecinos«. Hoy está presente de forma controvertida en Siria, Libia y Nagorno-Karabaj. Tiene serios problemas con los kurdos en su territorio y en Siria, y una peligrosa confrontación con Atenas por Chipre, y con otros países por recursos energéticos en el mar Mediterráneo. Igualmente, crecen las tensiones con Rusia, Estados Unidos, Israel, la Unión Europea y la OTAN. Durante 600 años, con especial auge en los siglos XVI y XVII, el Imperio otomano dominó desde el sureste de Europa hasta los territorios que actualmente son Austria y Hungría, los Balcanes, Grecia, parte de Ucrania, Irak, Siria, Israel, los territorios palestinos y Egipto. Su poderío alcanzaba Argelia en el norte de África y gran parte de la península Arábiga. El gobierno de Recip Tayyip Erdogan, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que gobierna desde 2002, ha adoptado una política exterior cada vez más ambiciosa, con el trasfondo mítico de su pasado imperial.
Turquía es uno de los Estados que se formaron tras el fin del Imperio otomano.
Desde 1928, es oficialmente secular. Sin embargo, el islam tiene un fuerte peso en la sociedad y la política. El presidente Erdogan se mostró inicialmente conciliador entre seculares e islamistas, pero ha formado un poder autoritario con marcada orientación religiosa. Entre 2014 y 2016, Turquía promovió la política de «cero conflictos» con los vecinos y la mediación en disputas internacionales. Así mismo, impulsó medidas no militares (soft power), como la apertura de embajadas en África y América Latina, cooperación al desarrollo Sur-Sur, influencia cultural (en particular las telenovelas), coauspició la Alianza de Civilizaciones y fue miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Recordemos que Erdogan fomentó inversiones en los Balcanes y Medio Oriente, y la creación de una zona de libre comercio con Siria, Jordania y Líbano.
Según el escritor turco Nedim Gürsel, en Turquía hay actualmente «una obsesión con el Imperio Otomano«, algo que ve con malos ojos. En el conflicto palestino-israelí, Turquía desempeña un papel importante y contradictorio. Por una parte, es pública la animadversión entre Erdogan y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Israel y Turquía se enfrentaron diplomáticamente en 2010 por la flotilla humanitaria para Gaza que fue apoyada por el gobierno de Ankara. Las buenas relaciones comerciales y militares se redujeron sustancialmente. Turquía apoya la causa palestina y ha criticado a Estados Unidos por trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, en contra de múltiples resoluciones de Naciones Unidas. Bahréin y Emiratos Árabes Unidos (EAU) han reconocido recientemente a Israel y cortado sus ayudas a los palestinos. Ankara ha aprovechado la ocasión auspiciando la primera de una serie de reuniones en Estambul para mediar entre las facciones palestinas enfrentadas de Fatah y Hamas. Turquía, además, apoya a Qatar contra las presiones de Arabia Saudí y EAU, y es crítico del gobierno egipcio por su represión a los Hermanos Musulmanes. Pese a estas divergencias hay indicios de que las relaciones con Israel podrían mejorar.
Proyección de fuerzas
Erdogan ha ido ganando control sobre las fuerzas armadas (tradicionalmente seculares) y adoptó una actitud intervencionista con motivo de la «primavera árabe«, cuando apoyó a los Hermanos Musulmanes en Egipto y a milicias islamistas contra Bashar al Asad en Siria.
Las posiciones de Erdogan se radicalizaron desde el intento de golpe en 2016. Pero la crisis económica y financiera, y la fuerte presencia de refugiados sirios (3,7 millones) ha deteriorado al partido de Erdogan y le ha dado más peso al Partido de Acción Nacional, de corte nacionalista y de ultraderecha. Debemos matizar que diferentes escuelas de pensamiento han promovido desde el final de la Guerra Fría que Turquía tenga una visión expansiva (la estrategia «Patria Azul«) de sus intereses, y compita con las monarquías sunitas del golfo Pérsico por la hegemonía regional. En la actualidad, se habrían fusionado las escuelas islamistas del PJD con la nacionalista, antioccidental y proasiática, en la que coinciden civiles y militares, que propugna la proyección de fuerzas y el establecimiento de bases militares, la reivindicación de derechos marítimos y ganar espacios geográficos, incluyendo varias islas bajo soberanía griega.
Tensiones en el Mediterráneo Oriental
Un informe del Servicio Geológico de Estados Unidos estimó en 2010 la existencia de más de tres billones de metros cúbicos de gas y 1.700 millones de barriles de petróleo en las costas de Chipre, Israel, la Franja de Gaza, Siria y Líbano. Las compañías petroleras ExxonMobil de Estados Unidos, Eni de Italia y Total de Francia descubrieron yacimientos de gas en aguas de Chipre, isla que supone una constante fuente de tensión entre griegos y turcos. “Y aún se están descubriendo campos de gas como los yacimientos de Zhor en costas de Egipto, Leviatán en Israel y Afrodita en Chipre”. “Para los países de la región estos hallazgos son tremendamente significativos”. Y para Europa, posible destino de un futuro gasoducto, el gas del Mediterráneo Oriental es de importancia estratégica. “Ese gas no puede satisfacer toda la demanda europea, pero sí es importante para lograr lo que se conoce como seguridad energética: múltiples fuentes y múltiples rutas”. Las reservas de gas del Mediterráneo Oriental tienen el potencial de llegar al 5% de las reservas globales de gas. Turquía y Grecia son aliados en la OTAN, pero se encuentran en bandos diferentes en muchos temas, como demostró la polémica decisión de un tribunal turco de dar luz verde a la reconversión en mezquita del templo de Santa Sofía en Estambul, un ícono del cristianismo ortodoxo. Hay otra pieza crucial en el antagonismo entre Grecia y Turquía sin la cual no puede entenderse la disputa por hidrocarburos: Chipre. Las comunidades griegas y turcas de Chipre han estado separadas desde 1974. Miles de chipriotas huyeron de sus hogares cuando Turquía invadió ese año el norte de Chipre en respuesta a un golpe militar en la isla respaldado por Grecia. Desde entonces, una zona desmilitarizada administrada por la ONU separa a ambas comunidades. En el norte de la isla está la llamada República Turca del Norte de Chipre, que solamente reconoce Turquía. En el sur se encuentra la República de Chipre, que es miembro de la Unión Europea. Es a este escenario caldeado de disputas históricas que se agregan ahora los hallazgos de hidrocarburos. Y Grecia y Turquía tienen visiones muy diferentes de cómo debe ser explotada la riqueza en aguas cipriotas. Durante la Guerra Fría, Turquía era un fuerte aliado de Occidente como miembro de la OTAN y del Consejo de Europa. Debido a su posición geográfica y sus características culturales, en la que conviven el islam con una fuerte tradición secular, se le consideraba un puente con Oriente a la vez que un muro de contención frente a la influencia de la ex-URSS y, en particular desde septiembre de 2001, del islam político radical. Este esquema no estuvo exento de problemas. Ankara está enfrentada a Grecia, otro miembro de la OTAN, por la soberanía de Chipre desde que Turquía invadió el Norte de esta excolonia británica en 1974.
En 1983 declaró la República Turca del Norte de Chipre, que no ha sido reconocida por la comunidad internacional. Chipre está dividida con una misión permanente de observación de Naciones Unidas. En agosto pasado las tensiones entre Grecia y Turquía renacieron cuando el gobierno de Erdogan ordenó hacer prospecciones de gas en aguas de Chipre que están en disputa con Grecia. Israel, Grecia, Chipre, Italia y Egipto están firmando acuerdos de cooperación para explotar el gas en el Mediterráneo y venderlo a Europa. Turquía considera que tiene derechos sobre esos yacimientos. Alemania está tratando de mediar entre Grecia y Turquía, pero la cuestión ha dividido a los aliados de la Unión Europea (UE) y de la OTAN. Estados Unidos se ha alineado con Grecia. El gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan considera que debe garantizar el acceso de los habitantes del norte de Chipre a la nueva riqueza. El año pasado el gobierno turco envió a aguas cipriotas dos buques perforadores, el Fatih y el Yavuz, y se ha negado a retirarlos a pesar de la condena de la República de Chipre y de la Unión Europea, que calificó la acción turca como ilegal. «Todo el mundo debe aceptar que Turquía y la República Turca del Norte de Chipre no pueden ser excluidas de la ecuación energética en la región«, Las tensiones se agravaron aún más cuando Turquía firmó en noviembre del año pasado un acuerdo con uno de los dos gobiernos paralelos que se disputan el control en la guerra de Libia. El acuerdo, con el gobierno basado en Trípoli, crea una zona económica exclusiva que va desde el sur de Turquía hasta el norte de Libia. Grecia calificó el nuevo corredor marítimo como “absurdo”, ya que se sobrepone a aguas de la isla griega de Creta. Para Erdimis, el acuerdo con Libia obstaculiza los planes de Grecia y otros países de la región para un posible gasoducto de 2.000 km hacia Europa y desafía las zonas económicas exclusivas de Grecia, Chipre y Egipto.
Grecia ha respondido a la escalada de tensión creando lazos estratégicos. «No debemos olvidar que Grecia enfrentó una crisis económica casi existencial durante una década y le quedó claro que es necesario contar con amigos» En la última década, Grecia se ha acercado a Israel como no lo hizo en seis décadas anteriores. Por otra parte, el parlamento griego ratificó hace poco un nuevo acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos y Atenas está colaborando con Francia. «Hay además procesos de cooperación trilaterales, por ejemplo, entre Grecia, Chipre e Israel, y entre Grecia, Chipre y Egipto«. “La enérgica política exterior de Turquía” llevó también a actores regionales, incluyendo Grecia, Chipre, Egipto, Israel, Italia, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina a establecer en enero de 2019 el Foro de Gas del Este del Mediterráneo, con sede en El Cairo. En el foro hay un gran ausente, Turquía. Para el analista David de Caixal, el foro “aumentará aún más la tensión ya que Turquía se siente cada vez más aislada en la región”. Turquía afirma que, si Grecia extiende sus aguas territoriales de seis a un máximo de 12 millas náuticas, cómo permite la ley internacional, las rutas marítimas turcas se verán severamente afectadas. Además de las aguas territoriales, están las llamadas zonas económicas exclusivas (ZEE), que pueden extenderse hasta 200 millas náuticas. La delimitación de estas zonas busca, según analistas, dar un marco de seguridad legal a empresas de hidrocarburos internacionales para que inviertan en la región. La situación legal es aún más compleja en el caso de la isla de Kastelórizo, que se encuentra a sólo 2km de la costa turca, y es una de los miles de islas griegas. Grecia argumenta que la alerta naval emitida por Turquía incluye áreas que pertenecen a la plataforma continental de Kastelórizo, de acuerdo con la ley internacional. Tanto Grecia como Chipre citan la Convención de la ONU, según la cual las islas tienen sus propias plataformas continentales que aseguran derechos de exploración. Turquía, con una costa extensa pero escasas islas, rechaza este principio. El canciller turco, Mevlut Cavusoglu, afirmó en junio de 2019 que “las islas que están lejos del territorio continental de sus países y más cerca de Turquía no pueden tener una plataforma continental”.
Ankara tiene una carta fuerte ante la UE: la presencia de los millones de refugiados de Siria y otros países que esperan en su territorio la oportunidad de marchar hacia Europa. Ankara hizo un pacto con la UE en 2016 para contener a los refugiados a cambio de 6.000 millones de euros.
La cuestión kurda y Siria
La situación de los kurdos es otra fuente de conflictos con Occidente. La población kurda, alrededor de 20 millones, se extiende a lo largo de cuatro países (Irak, Siria, Turquía e Irán). En el caso turco ocupan parte de Anatolia oriental donde viven alrededor del 55% de los kurdos que representan cerca del 20% de la población total de Turquía. Durante décadas, Ankara ha combatido duramente los intentos independentistas, pacíficos y violentos, de los kurdos. Desde 2015, el gobierno intensificó la represión sobre políticos y miembros de la sociedad civil kurda. En octubre de 2019, tropas turcas entraron en territorio sirio de Idlib y atacaron a las organizaciones kurdas Partido de la Unidad Democrática de Siria (FDS) y su brazo armado, las Unidades de Protección Popular (YPG). Estas combatían contra Estado Islámico con el apoyo de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Erdogan consideró que la autonomía que tenían los kurdos en Siria podría alentar el secesionismo de los kurdos en Turquía. Estados Unidos anunció en octubre que retiraba sus 2.500 efectivos de esa operación. A partir de entonces, Bashar al Asad reconquistó parte del territorio kurdo sirio y se fortalecieron las relaciones entre Turquía, Rusia y Siria. En octubre de 2019 tropas turcas entraron en el territorio sirio de Idlib y atacaron organizaciones kurdas. Fuerzas turcas y rusas se coordinaron para controlar la región. La OTAN criticó la operación turca y Erdogan contestó que su país puede lanzar acciones de seguridad nacional «sin pedir permiso a nadie«.
El objetivo de Ankara es la milicia kurda de las Unidades de Protección Popular, que lideran las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza kurdo-árabe con la que Estados Unidos trabajó para derrotar a Estado Islámico (EI). Los críticos temen que la ofensiva conduzca a una limpieza étnica de la población kurda que habita en esa zona y posibilite el resurgimiento del autodenominado EI. La operación turca ha golpeado con dureza la zona nororiental de Siria bajo control de las FDS y se ha reportado la muerte de más de 50 civiles a ambos lados de la frontera. Los kurdos han advertido que, si prosigue la ofensiva, ellos no seguirán dando prioridad a la custodia de los militantes de Estado Islámico capturados. El último bastión del territorio dominado por EI en Siria cayó ante las FDS en marzo de 2019. Las FDS aclamaron la «eliminación total» del «califato» de EI, pero advirtieron que las restantes células yihadistas continuaban suponiendo «una gran amenaza» para el mundo. Las FDS también se hicieron cargo de miles de sospechosos de EI capturados durante los últimos dos años de batalla, así como decenas de miles de niños y mujeres desplazados y vinculados con combatientes islamistas.
Estados Unidos pidió la repatriación de los extranjeros, pero la mayoría de sus países de origen se han negado a admitirlos. Ahora, los kurdos se enfrentan a una ofensiva de Turquía, quien quiere crear una «zona de seguridad» de 32 kilómetros al noreste de Siria para proteger su frontera y reubicar a dos millones de refugiados sirios. Las FDS dijeron que defenderían su territorio «a todo coste» y advirtieron que lo que se había ganado contra EI podría ponerse en riesgo. El gobierno sirio, apoyado por Rusia, también continúa prometiendo retomar el control de toda Siria. Hay una arraigada hostilidad entre el Estado turco y los kurdos del país, que constituyen entre el 15% y el 20% de la población. Los kurdos han denunciado en numerosas ocasiones un trato hostil por parte de las autoridades turcas. En respuesta a levantamientos en 1920 y 1930 muchos kurdos fueron reubicados, sus nombres y vestidos tradicionales prohibidos, el uso de la lengua kurda restringido y su identidad étnica negada, designándoles «turcos de la montaña«. En 1978, Abdullah Ocalan estableció el PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), que reclamó la creación de un Estado independiente dentro de Turquía. Seis años después, el grupo comenzó una lucha armada y, desde entonces, más de 40.000 personas han muerto y cientos de miles han sido desplazadas En la década de 1990, el PKK redujo su demanda de independencia y en lugar de ello pidió una mayor autonomía cultural y política, pero continuó combatiendo. En 2013, se logró un cese del fuego después de llevarse a cabo negociaciones secretas. La tregua colapsó en julio de 2015, después de que una explosión suicida de la que se responsabilizó a EI matara a 33 jóvenes activistas en la ciudad de mayoría kurda de Suruc, cerca de la frontera siria. El PKK acusó a las autoridades turcas de ser cómplices y atacó a cuerpos policiales y militares turcos. Subsecuentemente, Turquía lanzó lo que llamó una «guerra sincronizada contra el terror» contra el PKK y EI. Desde entonces, varios miles de personas, incluidos cientos de civiles han muerto en enfrentamientos en el sureste de Turquía.