La crisis en las relaciones diplomáticas entre Madrid y Rabat, que evolucionó con la repentina e intencionada pérdida de control por parte de las autoridades marroquíes del flujo de inmigrantes ilegales hacia los enclaves de Ceuta, Melilla y Canarias, ha tenido como consecuencia directa un apagón en las relaciones entre los servicios policiales de ambos países. Tanto la guardia civil como la policía y el centro nacional de inteligencia temen que la crisis de las relaciones con Marruecos pueda comprometer seriamente la colaboración en la lucha contra el Daesh.
La presencia simultánea de unos 1.000 yihadistas que se dirigen a Europa por la ruta ibérica, la mayoría procedentes del frente libio-tunecino y del Sahel, objeto de informes específicos de las autoridades de Rabat, ha elevado el nivel de alerta en Madrid, también ante algunas amenazas recibidas sobre la planificación de atentados en Cataluña por parte de células de Al Qaeda o del Isis con motivo de la próxima temporada turística.
El motivo de la crisis diplomática entre España y Marruecos es bien conocido.
Madrid, de hecho, desde el pasado mes de abril, “acoge” a Brahim Ghali, el líder del Frente Polisario para la liberación del Sáhara Occidental, de 74 años, que entró en España con un pasaporte argelino falso y, según algunas fuentes, con una garantía de inmunidad concedida por el propio presidente Sánchez.
Aquejado de Covid, Ghali fue hospitalizado en Zaragoza para recibir tratamiento, pero la justicia española ha decidido sin embargo reabrir la investigación contra él por los delitos de asesinato, genocidio y tortura.
Rabat pidió inmediatamente la extradición del líder de la organización apoyada por el gobierno de Argel y, ante la negativa de Madrid, habría reabierto los grifos de las fronteras con los enclaves españoles, permitiendo un verdadero asedio por parte de miles de inmigrantes ilegales agolpados en las zonas fronterizas y obligando a la población hispana a sufrir las consecuencias de la invasión apenas reprimida por las fuerzas de seguridad de Madrid.
En este sentido, preguntamos al profesor David Odalric de Caixal y Mata, responsable del observatorio Ocatry, una realidad mundial consolidada en el ámbito del análisis de inteligencia, geopolítica en la lucha contra el terrorismo yihadista, partner de Ofcs.report.
La actual crisis que se está produciendo en las posesiones ibéricas de ultramar, Ceuta Melilla y Canarias, ha amplificado la impresión de que, como ocurre en Italia, existe, en general, un sentimiento de fatalismo libre de cualquier reacción decisiva por parte de los Estados. involucrado. ¿Qué medidas piensa tomar el gobierno de Sánchez para salvaguardar a los ciudadanos españoles que residen en los enclaves?
“Marruecos ha forzado la mayor crisis migratoria hasta el momento en la frontera con Ceuta: en apenas 36 horas han pasado a territorio español unas 8.000 personas. Según fuentes de Interior se han producido 5.600 devoluciones, cifra que incluye las devoluciones en caliente y la vuelta voluntaria de algunos de los migrantes. Lo ocurrido en Ceuta la pasada semana pasará a la historia por ser la crónica de una de las crisis migratorias más graves que se ha vivido en España. Por ser la crónica de la materialización de la advertencia que le hizo Marruecos al Gobierno de España tras el bautizado como caso Ghali. Y así, aunque sorprendentemente la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, afirmara que no tenía constancia de que Marruecos estuviera levantando la mano para permitir la salida de inmigrantes y ejercer una presión diplomática a costa de Ceuta, la realidad demuestra todo lo contrario. Marruecos dio orden de que sus agentes de fronteras no actuaran y lo hizo desde el inicio de la madrugada del pasado lunes 17 de mayo. La situación se desbordó. En el último año y medio 30.000 personas han llegado de forma clandestina a Canarias, más de la mitad marroquíes. Aunque el perfil de aquellos migrantes tiene diferencias con los que han cruzado en los últimos días a Ceuta, sí hay un denominador común: la desesperación por la pandemia. Más allá del contexto político y el uso de la migración como herramienta de presión por parte de reino marroquí, la dimensión de lo ocurrido en Ceuta advierte del enorme agujero que la COVID ha abierto en los bolsillos de los más humildes en Marruecos, que sufre su primera recesión desde 1995.
La invasión marroquí que hemos vivido estos días en el territorio español de Ceuta, en el Norte de África. Ha sido una invasión en toda regla, un ataque a nuestra soberanía, a la ciudad autónoma de Ceuta, nuestra tierra española, en el continente africano.Ha sido un chantaje migratorio, la estrategia triunfal de Marruecos para poner a España contra las cuerdas. El régimen de Mohamed VI vuelve a usar la miseria de los marroquíes como arma arrojadiza contra España para obtener más dinero y apoyo en su ocupación del Sáhara Occidental. Rabat sabe que la cuestión migratoria es muy sensible en las urnas y el debate público español: cuando relaja el control de sus fronteras, el Gobierno de España entra en pánico y accede a cualquier cosa. Hasta la fecha, José María Aznar es el único presidente que llegó a plantarse –solo por unos instantes– ante esta estrategia de chantaje. Su decisión de enviar a una treintena de soldados al islote de Perejil estuvo a punto de desembocar en un conflicto armado entre ambos países. El Majzén dispone de otras válvulas para hacer presión a sus vecinos del norte, como la cooperación en materia antiterrorista y contra el narcotráfico. Sin embargo, encuentra en el flujo migratorio un sistema especialmente eficaz para doblegar voluntades en Madrid y en Bruselas. La estrategia de chantaje marroquí incluye incluso a migrantes menores de edad (1.500, según datos del Gobierno ceutí), a sabiendas de que las leyes de protección de la infancia hacen que devolverlos sea más difícil y comprometedor.
Gobierno tras gobierno, las autoridades españolas apuestan por el cortoplacismo y ceden al juego, que se traduce en transferencias millonarias a favor del régimen y miopía cómplice a cambio de mayor control migratorio. España, se encuentra gobernada por unos políticos débiles y mezquinos que se han vendido por 30 millones de euros “30 monedas de plata” a un gobierno dictatorial. Las razones detrás de estos chantajes van desde enfados personales de Mohamed VI hasta las decisiones de la Justicia europea. Ya es tradición que en cada cambio de Gobierno español las autoridades alauíes relajen los controles migratorios para mandar un recordatorio a los nuevos inquilinos de la Moncloa. Cuando se constituyó el Ejecutivo de coalición (PSOE-Unidas Podemos), Rabat relajó de nuevo el control migratorio y, además, aprobó de forma unilateral y sin previo aviso la expansión de su frontera marítima e incluyó aguas de Canarias. También hubo chantaje a finales de 2020 en Canarias, donde de nuevo los ciudadanos marroquíes fueron los más numerosos entre quienes arribaron a las islas: la llegada de personas procedentes de Dajla (Sáhara bajo ocupación marroquí) se frenó en seco cuando España y la Unión Europea anunciaron más dinero para el régimen. Entre 2018 y 2020, Bruselas y Madrid transfirieron al menos 343 millones de euros a Marruecos, además de una larga lista de dispositivos y equipos (todoterrenos, sistemas de vigilancia…) con el pretexto de reforzar el control migratorio.
Moncloa sigue sin entender que regalar dinero y permisividad a un gobierno autoritario es pan para hoy y hambre para mañana. Ceder al chantaje significa perpetuar el poder de un gobierno autoritario. La inestabilidad política que genera este episodio en España es un éxito en la estrategia del Majzén. Dos fuentes cercanas a la inteligencia marroquí aseguran que Marlaska es objeto de burlas en Rabat debido a la actitud servil que supuestamente mantuvo en sus últimos viajes oficiales a Marruecos. Mohamed VI es la persona más rica de Marruecos y una de las más acaudaladas del continente africano. Cuenta con la protección incondicional de Francia, peso pesado en la escena internacional. La impunidad del monarca y su régimen no sólo se extiende a los ámbitos jurídico y político, sino también al mediático. Escasea la información (la censura alcanza cotas récord si hablamos del Sáhara Occidental bajo ocupación marroquí) mientras que la guerra de propaganda del Majzén en medios y espacios públicos de España va en aumento. Rara vez los jueces europeos tratan de impartir justicia a personas destacadas del establishment marroquí, y cuando lo hacen, los chantajes se activan rápidamente.
Un ejemplo destacado fue el intento de un juez galo de arrestar en 2014 al jefe de la inteligencia marroquí por torturar supuestamente a varios saharauis y marroquíes en territorio francés. Marruecos frenó en seco la cooperación antiterrorista y relajó los controles migratorios. Meses después tuvo lugar el atentado yihadista contra la redacción de Charlie Hebdo. En cuestión de horas, el equipo del entonces presidente, Hollande, hizo gestiones al máximo nivel para restablecer el intercambio de información con los espías marroquíes. El jefe del servicio secreto alauí, Abdelatif Hamouchi, no pisó el juzgado y recibió las máximas condecoraciones de Francia y España. Las decisiones de Rabat ya han convertido a España en la principal puerta de entrada de la inmigración irregular en Europa. En esta ocasión, Marruecos abre la válvula migratoria en Ceuta –y en Melilla, en menor medida– para conseguir dos objetivos a corto plazo: por un lado, más dinero; por otro, que el Gobierno español incumpla cientos de resoluciones y normas internacionales, como hizo Trump antes de dejar la Casa Blanca, para reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara, antigua provincia española”.
¿Se propone Madrid oponerse al gobierno de Rabat que respalda y favorece la soberbia de sus ciudadanos con el objetivo de emigrar clandestinamente al territorio europeo?
“Los territorios españoles de Ceuta y Melilla son, junto a otros puntos clave como las Islas Canarias, un foco tradicional de tensiones migratorias desde África. Melilla y Ceuta son dos ciudades españolas situadas en el norte de África y que colindan con Marruecos y son bordeadas por el mar Mediterráneo. Son el único punto de entrada terrestre a la UE desde este continente. Ello convierte a estas ciudades en el objetivo de miles de migrantes cada año, muchos movidos por razones económicas y otros que huyen de conflictos armados o persecuciones que anhelan obtener el estatus de refugiado. Su pasado lejano como territorios españoles se remonta al siglo XV y ambas ciudades portuarias se desarrollaron como centros militares y comerciales que unían África con Europa, pero Marruecos siempre ha codiciado ambos enclaves y han sido una fuente de tensiones diplomáticas entre ambos países. Las relaciones con Marruecos han marcado buena parte de la historia reciente y no tan reciente en España. Durante el siglo XX la gestión de los asuntos con Marruecos influyó de manera directa en la política española. Un vecino complejo que no se puede evitar porque la geografía manda en la política internacional. Por no remontarnos al desastre de Annual, Alfonso XIII, los militares africanistas y las derivadas que ello causó, conviene siempre tener presente en este complejo puzle “La Marcha Verde” y las históricas reivindicaciones de la supuesta marroquinidad de Ceuta y Melilla. Las reivindicaciones de Marruecos sobre estos territorios han sido utilizadas por la Monarquía alauí como un recurso dialéctico al que recurrir cuando su situación interna se ha complicado. Desde luego, siempre sabiendo aprovechar favorables situaciones externas y la debilidad del enemigo al que derivar la atención pivotando entre España, Argelia y, en menor medida, Mauritania. Una vez más Marruecos ha empleado la estrategia de la zona gris. Esta estrategia puede ser de más largo alcance y no limitarse al Sáhara, sino pretender a largo plazo una aventura de anexión sobre las dos ciudades de soberanía española. Ni el derecho internacional, ni la historia, ni las relaciones de buena vecindad le avalan, pero el objetivo marroquí de convertirse en la gran potencia del norte de África y consolidar la autoridad de su monarquía frente a cualquier síntoma de debilidad interna (y podría haber muchos) le empujan en esa dirección. Si ese es el camino, el escenario puede favorecerle. La falta de reacción de Europa con rapidez y rotundidad adoptando medidas equilibradas de sanción y respuesta para defender sus fronteras a la actitud transigente de Marruecos, la debilidad y polarización de la política española aquejada de falta de consenso en las cuestiones de estado, incluso las más elementales, política internacional incluida, la fragilidad de la propia estructura territorial interna española, el apoyo norteamericano a un aliado musulmán en favor de la causa israelí y el manejo de los flujos migratorios y el control del integrismo y las rutas del tráfico de drogas, son todos ellos factores que juegan a favor de ese empeño. Marruecos no tiene prisa, pero sí condiciones y voluntad para fortalecer su zona gris.
España les otorga el mismo estatus que las regiones semiautónomas de la península y desde 1995 gozan de un grado limitado de autogobierno como Comunidades Autónomas. Marruecos ha abierto tres frentes contra España. Y lo ha hecho poco a poco, de forma taimada y sibilina. Prevaliéndose además de la crisis del coronavirus. Primero puso el foco en Ceuta y Melilla, donde desde hace meses lleva a cabo una estrategia de asfixia económica con el objetivo de anexionarse las dos ciudades autónomas españolas.
Después levantó la mano en sus controles migratorios, lo que ha conllevado una avalancha incesante de inmigrantes a las costas españolas (principalmente a Canarias) Y el tercer punto de presión está íntimamente vinculado al anterior: el conflicto con el Frente Polisario. Un asunto que obliga a España a posicionarse. Aunque desde Rabat restan importancia a la declaración de guerra de los saharauis, en realidad aprovechan el problema para medir el nivel de apoyo que reciben desde Madrid. Y según sea mayor o menor el soporte del Gobierno español en este dilema, amplían o reducen la vigilancia sobre el control de sus fronteras y la consecuente monitorización migratoria. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cambió la tradición a su llegada a la Moncloa en junio de 2018, tras ganar la moción de censura a Mariano Rajoy. Lo habitual es que el primer viaje internacional, nada más tomar posesión, de un jefe del Ejecutivo español sea a Rabat, y que tenga audiencia con el rey de Marruecos, pero Mohamed VI alegó entonces una agenda apretada. El gesto no sentó bien a Pedro Sánchez, que quiso marcar terreno y, a las tres semanas de prometer el cargo, viajó a París, a estrechar la mano del presidente francés, Emmanuel Macron. En el Palacio de la dinastía alauí se tomó nota y las relaciones políticas, sociales y económicas cambiaron. Sánchez y Mohamed VI se vieron finalmente en noviembre de 2018, pero desde entonces hasta hoy sigue notándose ese cambio de rumbo.
El conflicto en las ciudades autónomas lleva gestándose desde hace meses. Mohamed VI ha aprovechado la crisis económico-sanitaria de la Covid-19 para acelerar un plan que ya había diseñado con antelación. Las relaciones entre ambos países siempre han estado marcadas por la existencia de conflictos cíclicos, por la rivalidad entre Marruecos y Argelia por la hegemonía regional y por la competencia entre Francia y España por ejercer su influencia en el Magreb. Desde el reino alauita reclaman desde hace décadas la soberanía de todas las posesiones españolas en el norte de África: Ceuta, Melilla y un conjunto de rocas y promontorios situados frente a la costa marroquí. Pero ante este nuevo escenario Marruecos, que considera que el Gobierno de España atraviesa una situación de debilidad, está librando una guerra silenciosa en salones enmoquetados y a través de medidos gestos diplomáticos. Fuentes de la Inteligencia española y autoridades locales de Ceuta y Melilla advierten de que Marruecos está aprovechando lo que a su juicio una “debilidad” del Gobierno de Pedro Sánchez para continuar con su histórico anhelo de anexionarse “a largo plazo” ambas ciudades autónomas.
Marruecos, dentro de su estrategia de política exterior, lleva “aproximadamente dos años” intentando asfixiar las economías de Ceuta y Melilla. Esta maniobra se habría acentuado desde marzo de 2020, cuando la pandemia se convirtió en la excusa perfecta para cerrar ambas fronteras. El objetivo último sería el de hacerse con ambos territorios. “Marruecos sigue con su campaña de aumentar la presión diplomática sobre las ciudades de Ceuta y Melilla, sin dudar en plantear amenazas y futuros litigios“, señala el documento. Rabat lleva más de 60 años demostrando su interés en hacerse con los dos únicos territorios que España tiene en el continente africano. El país de la dinastía alauí considera que Ceuta y Melilla le pertenecen, aunque nunca estuvieron bajo su bandera”.
Los reflejos del conflicto de Oriente Medio entre Israel y Hamas han comenzado a sentirse en toda Europa con estallidos de revuelta tras las proclamas de movilización internacional a favor de la “causa palestina”. Los escenarios futuros no son positivos también por la presencia de cientos de miles de inmigrantes ilegales sin identidad alguna que deambulan por el continente, obteniendo los medios de subsistencia al cometer delitos en detrimento de las poblaciones locales. ¿Qué medidas se pueden tomar para frenar esta tendencia?
Israel como Estado Soberano, tiene todo el derecho a defenderse de los ataques de los grupos terroristas como Hamas. Israel ataca “objetivos terroristas” de Hamás en represalia a cohetes lanzados desde Gaza. Su nombre significa Movimiento de Resistencia Islámica y su origen se remonta a los primeros días de la Intifada palestina de 1987 contra Israel. Estados Unidos, la Unión Europea, Japón e Israel lo consideran una organización terrorista pues sus militantes han estado detrás de varios atentados en Israel. Hoy es el grupo islámico más numeroso dentro del pueblo palestino y desde el 2007 tomó el control de Gaza, después de haber ganado las elecciones parlamentarias palestinas en 2006. En los últimos días, Israel ha atacado viviendas de varios líderes de Hamas, como Yehiyeh Sinwar, su jefe principal en Gaza. La cúpula del grupo se recluye en un lugar desconocido cuando comienzan los combates, y era improbable que sus líderes estuvieran en casa en el momento de los ataques. Hamas y el grupo Yihad Islámica dicen que al menos 20 de sus combatientes han muerto, aunque Israel afirma que la cifra es mucho mayor y ha publicado los nombres y fotografías de más de dos docenas de comandantes milicianos que dice haber “eliminado”. El Ejército dijo haber alcanzado 35 “blancos terroristas” además de los túneles, que describió como parte de un complejo sistema apodado “Metro”, que emplean los combatientes para eludir a los aviones. En la operación participaron 54 aeronaves. Según las cifras del Ejército actualizadas el pasado 17 de mayo, Israel ha alcanzado 820 objetivos en los ataques en Gaza desde el inicio de la escalada, que asegura pertenecían a las milicias palestinas de Hamas y la Yihad Islámica. Israel, debe seguir combatiendo para defender no solo su integridad como territorio soberano, siendo la única democracia en Oriente Medio. Si Israel cayera derrotada ante la amenaza del terrorismo islamista, Europa y Occidente se verían perjudicadas, ya que es Israel, la gran defensora en la muralla de Occidente, para evitar su caída. Unos veinticinco millones de musulmanes viven en los veintiocho Estados miembros. Cuando llegaron en busca de trabajo resultaban necesarios para sectores calificados como “difíciles, sucios y peligrosos”. En los años 80, se les empezó a percibir no como inmigrantes de Marruecos, Pakistán o Turquía, sino como “musulmanes” que ponían en peligro el tejido social europeo. Los atentados perpetrados por minúsculos grupos de fanáticos y la radicalización de miles de europeos de origen musulmán han hecho resurgir un sentimiento anti musulmán. A menos que haya un esfuerzo por parte de los inmigrantes para integrarse y cierta apertura por parte de las sociedades, las tensiones resultarán preocupantes. La presencia de unos veinticinco millones de musulmanes en los veintiocho países de la Unión Europea está planteando hoy debate, polémica, miedo y hasta odio. Nunca habíamos presenciado este clima de sospechas mutuas entre musulmanes y el resto de las sociedades en Europa. Las encuestas de opinión pública en nuestro continente muestran cada vez más temor y antagonismo hacia los musulmanes europeos, vistos como amenaza para las identidades nacionales, para la seguridad interna y para el tejido. social. Al mismo tiempo, los musulmanes están convencidos de que la mayor parte de los europeos rechazan su presencia y denigran y ridiculizan su religión. Pero no es fácil. ¿Cómo puede Europa alentar la integración musulmana en estados laicos? La radicalización y el extremismo, ¿tienen que ver con la marginación económica, o son producto de un discurso que divide el mundo en dos bandos, “nosotros y ellos”? Históricamente, la presencia del islam en Europa no es un fenómeno nuevo. A partir del 711 los musulmanes conquistaron amplios territorios en la orilla norte del Mediterráneo, y establecieron califatos y emiratos, sobre todo en la península ibérica, durante más de siete siglos. La caída del último Emirato de Granada en 1492 marcó el final de la dominación política musulmana en España. Más tarde, la Inquisición motivó la expulsión de judíos sefarditas, musulmanes y conversos.
Casi al mismo tiempo, en el Mediterráneo oriental, los otomanos islamizados derrotaron a los griegos, expulsándolos de Anatolia y tomando Constantinopla (1453) –que después pasó a llamarse Estambul– y conquistaron toda la zona de los Balcanes. Los países balcánicos se independizaron en el siglo XIX, antes de la disgregación del Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial. Los musulmanes bosnios, albaneses y kosovares no han sido expulsados, y actualmente constituyen lo que llamamos la población musulmana autóctona de Europa. Esta incomprensión es preocupante, porque alienta una peligrosa islamofobia, por una parte, y la radicalización de algunas conductas, por la otra. Los países europeos están alarmados por esta evolución, que pone en jaque la convivencia pacífica; por lo tanto, han tomado medidas y han aprobado leyes para actuar contra las fuerzas extremistas, poner freno a la radicalización y mejorar la integración de los musulmanes en los países de acogida.
La UE se enfrenta a un gran desafío: las políticas defensivas y de protección en el mediterráneo no han conseguido frenar a los solicitantes de asilo, refugiados e inmigrantes. Para terminar, en las tres últimas décadas ha ascendido radicalmente la inmigración matrimonial, con la entrada de las dos primeras generaciones en el mercado matrimonial. Así, por poner solo dos ejemplos de Holanda, de 1995 a 2003 la inmigración matrimonial de los turcos aumentó hasta 4.000 personas al año, en tanto que la de los marroquíes alcanzó un récord de 3.000 al año. La inmigración matrimonial ha garantizado que continúe la elevada tasa de fertilidad en este colectivo, puesto que muchos hombres inmigrantes de segunda generación prefieren casarse en el país de origen con una mujer joven, tradicional y virgen antes que, con otra inmigrante de segunda generación, como ellos. Obviamente, este tipo de inmigración ha mantenido intacta la dinámica migratoria. Esto distingue mucho la inmigración musulmana de Europa de la de Estados Unidos en dos sentidos. En primer lugar, los inmigrantes musulmanes en Europa están como máximo a dos o cuatro horas de vuelo de su patria, mientras que la distancia entre Estados Unidos y el país de origen obliga a integrarlos en el crisol cultural norteamericano. En segundo lugar, tal como defiende Robert Leiken, “a diferencia de los musulmanes norteamericanos, geográficamente dispersos, étnicamente fragmentados y en general adinerados, los musulmanes europeos se agrupan con sus compatriotas en lugares siniestros”. Y, por último, en Estados Unidos existe una mayor tasa de matrimonios mixtos que en Europa.
Estas diferencias explican hasta cierto punto por qué el islam y los musulmanes en Estados Unidos no constituyen un problema importante, mientras que, en Europa, por lo menos desde la década de 1980, la migración se ha convertido en un “dilema”, sobre todo porque dos tercios de los inmigrantes son musulmanes. De hecho, todo lo relacionado con el islam se ha convertido en una fuente de preocupación en Europa: la proliferación de las mezquitas, los velos de las mujeres y el nuevo fervor religioso. Es en este contexto donde han surgido los partidos ultraderechistas, que han empezado a sumar apoyos al presentar la inmigración como una amenaza. En respuesta, los países europeos occidentales han empezado a construir nuevas defensas contra la pregonada “amenaza de inmigración masiva”, reforzando el control directo de la inmigración mediante rigurosos sistemas de visado y vigilancia interna, y externalizando el control fronterizo en los límites exteriores de la UE”.
Los intentos de integración experimentados desde Suecia a Francia y Bélgica han resultado infructuosos, sobre todo debido a la enorme brecha cultural que existe entre Occidente, los países árabe-islámicos y el continente africano. Están floreciendo asociaciones que pretenden divulgar los cánones culturales de origen entre los inmigrantes en detrimento de la aceptación de los derechos y deberes de la cultura europea. El compromiso de los gobiernos es débil y en Francia las Fuerzas Armadas y Policiales están en pie de guerra. ¿Nos arriesgamos a una implosión?
“«Europa se convirtió en una sociedad multiétnica en un momento de despiste». Así, rotundo y brillante, inicia el periodista estadounidense Christopher Caldwell su polémico ensayo La revolución europea. Caldwell, habitual del Financial Times y el Wall Street Journal, lleva años escribiendo sobre la presencia islámica en Europa. Ahora, con el subtítulo «Cómo el islam ha cambiado el viejo continente», lanza lo que parece un documentado diagnóstico sobre las mutaciones irreversibles que la inmigración ha causado en el Continente. En esencia, Caldwell, que asume la teoría del choque de civilizaciones de Huntington, sostiene que la inmigración masiva iniciada tras la II Guerra Mundial es una bomba de relojería que las elites europeas no han sabido desactivar. La invasión ha crecido mucho más de lo previsto y ha dinamitado las bases políticas y sociales europeas hasta generar una disidencia interior que amenaza seriamente a una Europa que Caldwell ve sobrada de mala conciencia, corta de valores sólidos y, en definitiva, débil.
En conjunto, estimo que hay unos veintitrés millones de musulmanes viviendo en los veintiocho países europeos; tres cuartas partes son ya ciudadanos europeos, sea por naturalización o por nacimiento. A esta cantidad debemos sumar en torno a dos millones que han entrado ilegalmente y aún no se han regularizado. En total, se trata de veinticinco millones de musulmanes, alrededor del 5% de la población europea. Estas cifras no resultan amenazadoras. Sin embargo, existe un sentimiento generalizado de que Europa se está viendo invadida por una población musulmana creciente que los países no pueden o no quieren asimilar ¿Hay razones para preocuparse? Para muchos europeos la respuesta es sí, no solo a causa de la creciente dimensión del islam en Europa, sino también porque los europeos sobreestiman muchísimo la cuota musulmana de la población total. Algunos demógrafos anuncian los mismos temores. Reconocen que, según las previsiones, la población musulmana total pasará de los veinticinco a los treinta y cinco millones en 2035. Invocan factores tanto internos como externos. Entre los primeros, señalan unas mayores tasas de fertilidad entre las musulmanas, y el hecho de que la población es más joven: los menores de 30 años representan el 50% de la población musulmana en 2015, frente a un 33% aproximado en el resto de la población europea. También argumentan que las mujeres se casan en mayor número y más jóvenes, y se divorcian menos que el resto. Los costes de la riada inmigratoria han sido cuantiosos para una envejecida Europa de baja natalidad. Aparte de causar «desorden, penuria y delincuencia», los extranjeros han roto costumbres e instituciones, y han obligado a pagar «un elevado precio en libertades». El problema principal que afecta a Europa no es ni económico ni institucional, sino cultural, y dentro de la parte cultural e intelectual; el deslizamiento progresivo de la cultura europea hacia el relativismo moral e ideológico, y el rechazo a la posibilidad de encontrar verdades y comportamientos objetivos. Europa tiene un cáncer de pensamiento débil. Es un escepticismo compartido acerca de la capacidad del ser humano para conocer el mundo que le rodea y establecer unas normas de comportamiento público y privado dignas de ser seguidas. Es la razón europea la que esta enferma, y con ella la argumentación lógica, la búsqueda rigurosa de causas y consecuencias, la elaboración de teorías consistentes con pretensión de veracidad, y la renuncia a las obligaciones morales que de todo ello se deduce.
La cultura europea, en todos sus ámbitos, está renunciando a un conocimiento objetivo y se conforma con verdades subjetivas, individuales y parciales Instituciones, medios de comunicación y ciudadanos han caído en la creencia en que todo es relativo y todo vale lo mismo. La falta de ambición por conocer la verdad, y es que los principios mueven a la acción. Cuando no se cree en nada, no merece la pena hacer nada. Uno de los graves problemas de Europa es que los europeos están haciéndose perezosos y pasivos. Por eso Europa se para, por esta falta de ambición teórica y esfuerzo intelectual, consecuencia de creer que todo es relativo y vale igual. Esta apatía intelectual se ha extendido a todos los ámbitos de lo social, y explica que, en materia económica, institucional, artística, social o cultural, Europa este cada vez más anquilosada. Por eso el islam aprovechará esa falta de identidad cultural y religiosa europea, nuestra debilidad política y falta de argumentación para defender nuestra sociedad y nuestros valores ante la amenaza externa, que será aprovechada por el islamismo para socavar y destruir Europa”.
David Odalric de Caixal i Mata: Historiador Militar. Experto en Terrorismo Yihadista y Geoestrategia Internacional. Director del Área de Seguridad y Defensa de INISEG. Investigador del Comité Científico del CIIA (Centro Internacional de Investigación Avanzada de INISEG y la Universidad Pegaso (Italia). Director del Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista (OCATRY) de INISEG. Membership in support of the AUSA (Association of the United States Army) Miembro asesor de la Sección de Derecho Militar y Seguridad del ICAM (Ilustre Colegio de Abogados de Madrid). Membership in support of the Friends of the Israel Defense Forces. Miembro del Consejo Asesor del Likud-Serbia (Israel). Miembro del Grupo de Investigación (Evolución de la Amenaza Yihadista en América Latina) de la Universidad Isabel I de Burgos. Miembro colaborador en materia de seguridad e inteligencia con HERUT Iberoamericana (Israel). Collaborating member in International Geostrategy, counterterrorism and Military History at the US Center for Homeland Defense and Security / The Center for Homeland Defense and Security’s University and Agency Partnership Program.