Dictadura capitalista china disfrazada de “rojo”. La capacidad de desarrollo de un país se basa en la certidumbre jurídica y la seguridad, y se sintetiza en una frase: “No hay gobiernos de derecha, centro o izquierda, sino países que atraen los capitales y países que los ahuyentan”.
Parece la simplificación de un proceso muy complejo, pero no lo es. Vemos y analicemos este “cuento chino”.
La fiebre capitalista que se está viviendo en china, disfrazada por el régimen como una “apertura económica” dentro del socialismo depara una sorpresa tras otra y el Covid evidenció la dictadura.
Las protestas comenzaron expresando indignación por las estrictas políticas del “cero COVID-19”, pero las demandas de los manifestantes evolucionaron rápidamente en un movimiento para exigir libertades más amplias: libertad de expresión, de reunión, de los dictámenes del Partido Comunista. Los manifestantes en todas partes están repitiendo en gran medida los lemas mostrados por ese protestante solitario en el puente de Pekín. “Queremos comer, no hacernos pruebas del coronavirus; reforma, no Revolución Cultural”, decía una pancarta reciente. “Queremos libertad, no confinamientos; elecciones, no caudillos. Queremos dignidad, no mentiras. Queremos ser ciudadanos, no personas esclavizadas”.
Analizando la historia no muy lejana; hace 73 años, las fuerzas comunistas de base campesina, encabezadas por Mao Zedong, derrotaron al ejército burgués del general Chiang Kaishek y tomaron el poder. Fue una gran revolución triunfante que luego daría origen a un nuevo Estado obrero y a una economía de transición al socialismo, en el país más poblado de la tierra. Por eso; es considerado uno de los procesos de la lucha de clases más importantes del siglo XX, pero dese el inicio fue un estado obrero burocratizado, dominado por el régimen dictatorial del Partido Comunista estalinista y su cúpula. Dentro de él, Mao jugaba el papel de “árbitro supremo” entre las distintas fracciones del partido. Era un régimen político sin ninguna libertad democrática real para los trabajadores. Durante quince años, el maoísmo fue parte del aparato estalinista mundial, hegemonizado por la burocracia de la URSS. Pero, en la década de 1960, se produce una ruptura entre ambos sectores y el maoísmo (manteniendo su matriz estalinista) pasó a construir su propio aparato político mundial.
A pesar del carácter burocrático y dictatorial del Estado obrero, la economía planificada centralmente dio frutos muy importantes. Entre los más destacados están, sin dudas, el haber acabado con el hambre y, también, con las enfermedades fruto de la pobreza crónica. Hubo también avances muy grandes en educación y en la eliminación de los rasgos más retrógradas de la opresión femenina. Al mismo tiempo, la infraestructura de servicios y comunicaciones mejoró notablemente y también se inició un proceso incipiente de industrialización. Pero estos avances partían de una base atrasadísima, al tiempo que chocaban con dos obstáculos que les ponían límites infranqueables. En primer lugar, la concepción estalinista y el segundo obstáculo era que la economía era planificada centralmente, pero de modo totalmente burocrático y arbitrario por la cúpula en el poder.
Como consecuencia de estas profundas contradicciones, la economía planificada sufría grandes oscilaciones, y el aparato burocrático chino y su cúpula fueron siempre muy inestables, con choques y desplazamientos permanentes entre las distintas fracciones que lo componían; por lo que a finales de los años 60´s y principios de los años 70´s, la economía del estado obrero chino estaba en una situación de estancamiento. Con este marco de fondo, y el debate sobre cómo enfrentar esta situación, Mao muere en 1976 y se acentúa al extremo la lucha entre las fracciones burocráticas chinas y finalmente en 1978, triunfa el sector de Deng Xiao Ping que fusila a los principales líderes de sus oponentes. Deng expresaba la fracción más de derecha de la burocracia e inicia el proceso de restauración capitalista en el país y un hecho simbólico de la restauración fue que a finales de ese mismo año de 1978, la Coca Cola anuncia su proyecto de instalar una planta de producción en Shangai.
Deng aplicó dos medidas centrales:
La primera fue la eliminación de las comunas agrarias de producción, que fueron reemplazadas por el llamado ‘sistema de responsabilidad familiar’ que autorizaba a las familias a vender directamente las cosechas y lucrar con ellas. Los sectores más dinámicos y favorecidos comenzaron a acumular pequeños capitales, a procurar nuevas explotaciones agrarias y también a invertir en pequeñas empresas comerciales e industriales, originando así una incipiente burguesía rural. Al mismo tiempo, a lo largo de dos décadas, esto significó la expulsión de millones de campesinos que perdían su base de sustento y alimentación, y debían emigrar a las grandes ciudades para buscar empleos como asalariados. Se calcula que este proceso afectó a más de cien millones de personas (que se sumaron a una migración preexistente, consecuencia de la colectivización forzada). Se formó así un inmenso y dócil ‘ejército industrial de reserva’ que aceptaba bajísimos salarios y fue la base social que permitió las grandes inversiones y la rápida industrialización.
La segunda medida fue la creación de cuatro ‘zonas francas’ para inversiones en ciudades de la costa sur, con el objetivo inicial de fabricar productos baratos (textiles y vestido, radios y metalurgia pequeña) destinados al mercado interno. Pero rápidamente esa producción comenzó a exportarse y a competir con la de los llamados “tigres de Asia”.
La restauración capitalista en China tiene un rasgo común y uno diferenciado con el proceso que se dio en la ex URSS y en el Este de Europa. El elemento común es que la restauración es llevada adelante por el propio Partido Comunista y el lemento diferente es que en la URSS y en los países del Este europeo, poco después, la movilización de masas derribó al aparato estalinista restaurador (el símbolo de este proceso fue la caída del Muro de Berlín). En China, ese proceso de masas triunfante pos-restauración no se dio; dicho sea de paso, tampoco se ha dado en Cuba.
Se produce así una combinación histórica inédita: el propio aparato estalinista que había dirigido la revolución y la construcción del Estado obrero burocratizado no solo restaura el capitalismo, sino que continúa en el poder después de haberlo hecho. Solo que ahora ya no defiende las bases económico-sociales del Estado obrero, sino que está al servicio de los intereses de la cúpula en el poder.
Desde el punto de vista formal y de su funcionamiento, el régimen y su aparato continúan siendo los mismos: burocráticos y dictatoriales, disfrazados detrás de las banderas rojas y el lenguaje ‘socialista’. Pero su contenido social ahora es totalmente diferente; ahora está al servicio de una economía de dictadura-capitalista disfrazada de rojo hasta la médula.
Un proceso muy importante que se está desarrollando en China, desde hace varios, es la de la lucha, por reclamos democráticos atacados por el régimen de Beijing, de los trabajadores y el pueblo de Hong Kong. Esta lucha representa una gran amenaza y una muy fuerte contradicción para un régimen dictatorial.
La dictadura china ha intentado derrotarlo a través de la dura represión de las fuerzas policiales locales, pero no lo consigue. Subió su nivel de amenazas al instalar tropas del ejército chino en la ciudad de Shenzhen, localizada a 27 km del centro del territorio, con soldados transportados en camiones y vehículos blindados y como respuesta lo trabajadores y el pueblo de Hong Kong redoblaron la lucha.
Si bien las profundas contradicciones que le presenta al régimen de Beijing una alternativa de una acción militar directa, la dejan, hasta ahora, en el plano de la amenaza, un ingreso de tropas del ejército chino para reprimir al pueblo de Hong Kong es una posibilidad cada vez más real.
Por otro lado; las numerosas empresas chinas con inversiones en el exterior actúan igual que las multinacionales imperialistas del siglo XIX y de principios del siglo XX, sobreexplotan a los trabajadores para extraer plusvalía, saquean recursos naturales y también envían gran parte de sus ganancias a la casa matriz. Basta ver, por ejemplo, su papel en la industria minera de Perú, de la que poseen casi el 40% o su accionar en el petróleo y la minería venezolana. También, no tienen ningún problema en invertir en países con gobiernos de derecha o de extrema derecha y por el otro, son parte del accionar contrarrevolucionario para sostener sangrientas dictaduras y regímenes represores como hacen en varios países de África y en Venezuela, al tiempo que su MAFIA en el Crimen organizado penetra en diversas naciones importando precursores quimicos para la elaboración de drogas sinteticas y el letal fentanilo así como otras sustancias nuevas psicoactivas, asociándose con otros carteles en diversos negocios ilícitos intercambiando productos, armas, dinero y diversas mercancías de valor.
Lo anterior es en el plano exterior; pero, al interior de China, parece ser que para los trabajadores y las masas, hoy está planteada la necesidad de una nueva revolución. Una revolución cuya tarea inmediata es derribar al régimen dictatorial, para obtener libertades democráticas como el derecho de formar organizaciones políticas la libertad de prensa, el derecho de organizar sindicatos independientes, el fin de la represión a los trabajadores y las masas y la libertad a los presos políticos y sindicales. Un proceso en el que la lucha actual de Hong Kong puede jugar un papel muy importante.
Detrás de su aparente fortaleza, el régimen de Beijing está montado sobre un polvorín del que solo hemos visto sus primeras chispas, pero esas chispas alcanzan otras zonas de China como se ha notado recientemente en el pasado mes de noviembre.
Las protestas generalizadas contra el gobierno chino son las más extensas desde la Plaza de Tiananmen en 1989. Las manifestaciones son contra las severas políticas de cero-COVID y el gobierno de Xi Jinping. Pero las consecuencias de protestar en China son duras.
Bajo el gobierno de Xi Jinping, China se alejó de su perspectiva económica favorable al mercado y reforzó el control totalitario de su sociedad con un sistema orwelliano de vigilancia constante y campos de concentración. ¿Podrían las protestas actuales contra las políticas opresivas de cero COVID del gobierno en las ciudades chinas reivindicar a Friedman y otros que predijeron una convergencia de la libertad política y económica?
La afirmación de Friedman fue controvertida, pero no del todo frívola. La hipótesis tiene sus orígenes en la “teoría de la modernización” de la democratización de Seymour Martin Lipset, que argumentaba que los ciudadanos de las sociedades más ricas exigirían una mayor representación política.
Hay contraejemplos obvios: democracias que han estado operando con éxito en un bajo nivel de desarrollo económico (India) o sociedades espectacularmente ricas que no muestran ningún indicio de pasar a la democracia (Singapur y Qatar).
Además, en todas las autocracias, el desarrollo económico proporciona a los gobernantes recursos para estabilizar su control del poder, a menudo comprando o reprimiendo a los oponentes. A nivel internacional, tanto Pekín como Moscú han utilizado los vínculos económicos internacionales como palancas para obtener concesiones de países de todo el mundo, evitando al mismo tiempo una dependencia excesiva de Occidente.
Para ser justos con Friedman, enfatizó que la libertad económica era una condición necesaria pero no suficiente para la liberalización política (mientras que la libertad política no era ni suficiente ni necesaria para la liberalización económica). Claramente, la vida política y social no es un proceso mecánico. Implica “retrasos largos y variables” (un término acuñado por Friedman en referencia a los efectos de la política monetaria), efectos en cascada impredecibles e incertidumbre.
¿Podría ser que Friedman estuviera esencialmente en lo correcto, pero su momento no fue el correcto? Las próximas semanas pueden proporcionar una respuesta a la pregunta de si una población que ha probado la libertad económica puede ser intimidada hacia formas cada vez más distópicas de totalitarismo, o si el modelo chino se deshace.
El 13 de octubre, a pocos días del inicio del 20º Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh), un hombre realizó una protesta en solitario en un viaducto en Pekín contra el presidente Xi Jinping y su política draconiana de “cero COVID-19”. Por otro lado; el gobierno Chino, se sentía muy seguro de que con sus políticas de intensa represión, el régimen ha podido lograr que las protestas sean muy escasas y casi imposibles de organizar, por lo que le restó importancia a ese evento, sin pensar que la bola de nieve aumentaría.
Lo que ha sucedido en la última semana ha superado todas mis expectativas. Primero fue el levantamiento de los trabajadores en un complejo fabril de Foxconn protestando por las terribles condiciones laborales. Luego vinieron las protestas en todo el país tras un incendio en Sinkiang que le costó la vida a varias personas las cuales, según los reportes, no pudieron escapar del edificio en llamas debido a las estrictas condiciones de confinamiento.
¿Incendio provocado intencionalmente o realmente un descuido accidental? Según las investigaciones; el 24 de noviembre, un apartamento incendiado en Urumqi, la capital de la provincia noroccidental de Xinjiang de la República Popular China, mató a 10 personas e hirió a varios más. Se consideró que la causa del incendio fue un enchufe eléctrico defectuoso en un apartamento. Los videos que circulan en las redes sociales y las cuentas oficiales del gobierno local culpan a los vehículos estacionados de bloquear un callejón que conduce al apartamento y, por lo tanto, impidió los esfuerzos de rescate.
Algunos testigos del lugar señalaron que los automóviles en cuestión eran vehículos eléctricos y, debido a las estrictas medidas de COVID-19 que impiden que los propietarios abandonen sus apartamentos derivó a que no fueran cargadas sus baterías y por lo tanto los vehículos no se pudieron mover.
Para agravar el problema del callejón bloqueado, había evidencia de puertas de metal y otras cercas que rodeaban el apartamento, colocadas para imponer estrictas medidas de cuarentena a los residentes. Las obstrucciones impidieron aún más a los servicios de emergencia se acercaran lo suficiente al apartamento y debido a la distancia entre los camiones de bomberos y la ubicación del incendio dentro del edificio, el personal de emergencia no pudo extinguir las llamas antes de que se propagara. Fue la respuesta al incendio más que la causa del mismo, lo que provocó las protestas en la ciudad.
Posteriormente, cientos de manifestantes salieron a las calles, dirigiendo gran parte de su ira hacia el gobierno, pero después de que las protestas comenzaran expresando indignación por las estrictas políticas del “cero COVID-19”, las demandas de los manifestantes evolucionaron rápidamente como un polvorín en un movimiento para exigir libertades más amplias.
El mundo no debe subestimar la determinación de Xi y su grupo del partido de permanecer en el poder y el régimen hará uso pleno de todos los recursos a su disposición, incluida tecnologías de vigilancia, la policía y los servicios de inteligencia. Por esa razón, la comunidad internacional debe hacer uso de todas las herramientas disponibles para apoyar a las fuerzas prodemocráticas y disuadir al régimen de Pekín de recurrir a la fuerza.
A los ojos de todos hemos visto sucediento que tras la reciente reelección de Xi Jinping como jefe de Estado y de Gobierno, el pueblo chino se ha lanzado a protestar a las calles. Decenas de miles de chinos se manifiestan en varias ciudades del país contra la estricta política del gobierno conocida como “cero covid”. Algunos manifestantes exigen además la dimisión de Xi. ¿Estas protestas en China pueden hacer crecer la brecha entre pueblo y partido?
Parece ser que el pueblo de Xi ya no cree en cuentos chinos, durante casi todo el desarrollo de la pandemia desde que China controló el brote en Wuhan, donde comenzó, el gigante asiático se había jactado de haber mantenido a raya el virus; y es verdad, el gobierno chino puede jactarse de la tasa de mortalidad más baja de cualquiera de los países grandes, a la vez que de una economía que, aunque se frenó, fue de las muy pocas que logró esquivar la recesión en 2020 y continuó su recuperación en 2021. Pero la oleada actual, aunque vista desde la perspectiva de las cifras de los países con más casos pueda no parecer tan angustiante, bien puede ensombrecer la lista de logros de Xi, justo después de haberse “coronado” por el congreso del PCCh. La razón de esa desproporción entre una cantidad de casos que aparece como manejable y el volumen de las medidas de restricción y aislamiento implementadas por el régimen chino es una sola: la política de “covid cero”, cuyo sentido y límites se están poniendo a prueba seriamente desde el inicio de la pandemia.
El gobierno de Xi Jinping hizo del covid cero una bandera de orgullo nacional en comparación con lo que se mostraba como el “desastre de Occidente”: millones de contagiados y muertos, hospitales colapsados, crisis económicas y convulsiones políticas. Luego de más de un año de ese panorama llegó lentamente la estrategia de convivir con el virus y contener los daños a partir del avance de los programas de vacunación. Programas que mientras tanto China también implementaba, con un alcance muy importante. A primera vista, todo convalidaba el balance oficial: Occidente hizo todo mal, el Partido hizo todo bien, vio más lejos, tomó las medidas necesarias y garantizó la salud de la población. Convivir con el virus era el mal menor que había elegido el resto del mundo por necesidad; China podía y debía atenerse al covid cero.
El enfoque general del gobierno chino sobre la pandemia se apoya sobre la metáfora bélica: el covid es el “enemigo invisible” y estamos en guerra. El problema es que, en ese caso, no hay “victoria” definitiva posible ni aniquilación del enemigo. Más bien, toda la experiencia del resto del mundo indica que es necesario adaptarse al escenario de convivir con el virus y minimizar los daños a través de la extensión de la vacunación y demás cuidados sanitarios. Es decir, aceptar que el mejor resultado obtenible es pasar de la pandemia a la endemia.
Xi Jinping, en cambio, promete una victoria que, no sólo no puede alcanzar, sino que en este momento más bien se parece a su contrario. Si bien el sigiloso paso del “covid cero” a secas a la “dinámica de covid cero” permite algún margen de maniobra, insistir en que “la perseverancia es la victoria” y traducir eso en cuarentenas de decenas de millones de personas ante la aparición de decenas de casos se está volviendo cada vez más contraproducente.
Un factor que agrava las contradicciones en muchos sentidos es que bajo la gestión del PCCh el manejo del covid cero ya no se trata sólo de una cuestión sanitaria, sino de lealtad al partido y al Estado.
La pregunta que se impone aquí es ¿Hasta dónde? o más bien; ¿hasta cuándo este manejo irracional, forzado, típicamente burocrático, de los problemas de la segunda economía del planeta en el marco de una crisis sanitaria aún larvada y de las urgencias políticas del PCCh va a ser compatible con los objetivos del elenco gobernante en todos esos terrenos? Y la respuesta quizá llegue antes de lo que muchos imaginamos.
No hay duda de que los impactos económicos adversos, como la desaceleración económica de China amplificada por sus políticas pandémicas, amenazan la estabilidad autocrática. En tiempos económicos difíciles, los miembros de la coalición gobernante sufren pérdidas que pueden hacerles considerar alternativas externas, mientras que la población en general puede tener la sensación, cuando se enfrenta a niveles de vida en declive, de que no tiene nada que perder si se rebela.
El colapso del régimen, como observó el economista Timur Kuran sobre la caída del comunismo soviético, es fundamentalmente impredecible y nadie sabe qué desencadenará una cascada que llevará a la gente común a las calles y a las élites y el aparato de seguridad a desertar.
Algunos autócratas, además, son mucho más efectivos que otros para cortar el descontento de raíz. Y Xi ya ha demostrado con creces su crueldad y brutalidad.
El 28 de noviembre, después de varios días de protestas, los servicios de seguridad pública de la República Popular China intensificaron la vigilancia en varias ciudades, particularmente cerca de los sitios de protestas anteriores. Además del aumento de las patrullas, la policía supuestamente llevó a cabo búsquedas telefónicas aleatorias de los dispositivos de los viajeros en Shanghái. La importante represión tanto en las calles como detrás de escena de los servicios de seguridad pública en la República Popular China han obligado a cesar casi todas las actividades de protesta en todo el país, con la excepción de los disturbios en la ciudad sureña de Guangzhou el 29 de noviembre y hasta la publicación de estas reflexiones, no se han registrado manifestaciones relevantes adicionales, pero, recordemos que la estabilidad social no es solo una cuestión de indicadores económicos, recordemos el período previo a la Primavera Árabe, los países del Medio Oriente y África del Norte experimentaron tasas de crecimiento económico decentes, pero el aparente progreso económico también estuvo acompañado por una frustración cada vez mayor con las percepciones de la calidad de vida.
Las revoluciones a menudo ocurren no cuando las condiciones se deterioran, sino cuando comienzan a mejorar. La esperanza es una sustancia política altamente reactiva.
Sería absurdo tratar de predecir a dónde conducirán las protestas actuales en China. Sin embargo, lo que si debemos tener en el radar, es que el régimen enfrenta vulnerabilidades tanto en términos de percepciones subjetivas que hemos visto expresarse en las calles de las ciudades chinas en los últimos días, como en términos de indicadores económicos objetivos. Tras la desastrosa respuesta de COVID del país, la mayoría de los observadores estamos de acuerdo en que es poco probable que la economía crezca mucho más rápido que el 3%, sin embargo, independientemente de si una mayor represión es suficiente para mantener a Xi en el poder, una cosa debe quedar clara: la aparente estabilidad de los regímenes autocráticos, es una ilusión, es simplemente un “cuento chino” como paso con la estabilidad similar al rigor mortis de las últimas décadas de la Unión Soviética que desmentían la inexorable decadencia del sistema.
Si bien pronosticar rupturas autocráticas o la liberalización gradual de los regímenes dictatoriales es un juego de azar, el anhelo humano de libertad es real e incontenible, especialmente una vez que ya se ha probado. Si tenemos suerte, podemos ver sus frutos en el transcurso de nuestras vidas, en China, Venezuela, Cuba, Irán y otros países.