Luego de la conmoción mundial ante el atentado contra los EE.UU. en septiembre 2001, aún registrando el costo en vidas, económico, estratégico, comenzaron loa planes para castigar a los supuestos responsables. Esa misma tarde se señaló al villano: Afganistán. Y mientras seguían los recuentos de víctimas, la remoción de escombros, el replanteo de la utilidad de las organizaciones que debieron prevenirlo, evitarlo -y también las que debían crearse-; se iba armando el plan de ataque a Afganistán.
Desde mediados de la década del 90, Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos -ya sin los soviéticos en el terreno-, sostenían a los talibán mientras neutralizaban a Irán y la ruta del petróleo desde Asia Central. Además Pakistán continuaba ayudando a grupos armados contra Irán e India. Debido a este soporte foráneo, muchos efectivos de las fuerzas talibán en Afganistán eran extranjeros, destacándose la organización de al-Qaeda que contaba en sus altos mandos con árabes, uzbekos, chechenos y pakistaníes además de europeos e incluso algunos estadounidenses.
Pero el ataque a Afganistán planeado por Washington en 2001 cambió todas estas estrategias: requería bases y puntos de apoyo en Asia. Y la colaboración de Pakistán era clave. E inmediatamente Washington la solicitó perentoriamente.
Independientemente de la inminencia de una guerra vecina, Pakistán debía actuar de manera opuesta a sus intereses nacionales.
Y tuve ocasión de presenciar este grave dilema. Entre el horror de lo ya ocurrido y las acciones que se estaban preparando como represalia ante lo considerado como un ataque de guerra, la Facultad de Cs. Jurídicas de la UNLP invitó a S.E. el entonces Embajador de Pakistán en Argentina, Dr. Saeed Khalid, a dar detalles de lo que se avecinaba. Sentada a su lado mirábamos a los espectadores, muchos de ellos comunicadores sociales.
El diplomático habló de su Pakistán: su pueblo, su economía, el paso de Alejandro Magno. Obviamente debía abstenerse de hacer comentarios sobre Washington. Entonces lo observé: pálido, tez cenicienta, ojos pesarosos, inquietos y esquivos. Era mi turno y como académica podía decir todo lo que él debía callar. Y lo hice. Luego comenzaron las preguntas. Y recuerdo una respuesta: “Accedimos al pedido de los EE.UU. pero esperamos que su presencia no se extienda… porque cada muerto nos duele”. Era el 18 de octubre de 2001.
La guerra contra el terrorismo
En la primera etapa de la guerra actual, Pakistán perdió margen de maniobra en Afganistán, principalmente con la toma de Kabul por la Alianza del Norte. Irán, Rusia e India lo incrementaron y EE.UU. tuvo un rol limitado. Por ello, luego del soporte inicial a la Alianza del Norte, se comenzó a desarrollar la idea de colocar a un talibán moderado en el gobierno, propuesta resistida por Rusia e Irán y especialmente por la Alianza del Norte cuyo su objetivo, además de retener Kabul, era limitar el avance de Pakistán y EE.UU., logrado a través de los talibán.
Irán y Rusia asistieron a la Alianza del Norte en su tarea de recuperar gran parte del territorio de Afganistán. La entrada en Kabul indica la determinación y capacidades para oponerse a la exclusión de Afganistán y para obstruir los deseos de EE.UU. y Pakistán de crear un nuevo gobierno. Si se enfrentan EE.UU. y Pakistán contra Irán, India y Rusia, la posibilidad de un gobierno duradero en Afganistán se esfumará, si es que no desencadena una nueva guerra civil e inestabilidad en sus vecinos. Lamentablemente problemáticas conexas como el terrorismo y la reactivación de la producción y tráfico de drogas ya se han evidenciado.
Las lealtades afganas nunca respondieron al Estado sino a su grupo étnico, su versión del Islam (sunnita, chiíta o ismailí) y a los líderes tradicionales de sus propios clanes u tribus, en ese orden. En ese contexto la mitad meridional del país siempre resultó difícil de controlar. Por ello tomar Kandahar era indispensable para la coalición contra el terrorismo -lo que no hizo feliz a Pakistán- y Mazar i-Sharif, ambas ciudades en territorio relativamente llano, y destruir además los cultivos de opio. Washington dispuso para esta etapa de 30.000 a 40.000 efectivos, en tanto que la Alianza ayudaría en el resto del país.
Formación del “nuevo gobierno”
EE.UU. debió responder ante Pakistán por el avance de la Alianza en Kabul. Una respuesta fue la cumbre de Bonn, que debía consagrar al ex monarca Mohammed Zahir Shah pero que, finalmente, nombró a Hamid Karzai -pashtún- como Presidente interino por seis meses, aunque retuvo su cargo hasta 2004.
La Loya Jirga o parlamento, formado por 21 líderes étnicos, religiosos y tribales, denunció presiones para la elección del gabinete ante el enviado de la ONU -Brahimi- señalando que no descansó en la decisión de Karzai sino que fue tomada por la ONU.
El éxito en el proceso de organización institucional requería desarmar a algunos grupos y armar a otros, tarea que requería imparcialidad. Si la ONU y otras organizaciones internacionales fallaban, Pakistán podría apoyar a los pashtún y hacer fracasar la reconstrucción nacional. Es una empresa muy difícil construir un ejército de diferentes milicias que no quieren ir a la guerra y no se quieren entre sí.
¿Reconstrucción de Afganistán?
Las ofertas de ayuda para la reconstrucción del Estado fueron tentadoras. Pero no se trata de Europa -Plan Marshall mediante- o del Japón con su “nueva” Constitución de 1952. Reconstruir la infraestructura afgana -rutas, aeropuertos, plantas de energía y telecomunicaciones- era, sin duda, indispensable. Pero los inmediatos hechos en Iraq (2003), terminaron de postergar a esta región como prioritaria.
La formación de la coalición encabezada por los EE.UU. animó las bases de un eje chino-ruso, señalado por la institucionalización de la Organización de Cooperación de Shanghai y la firma de un tratado bilateral entre ambos Estados en julio de 2001.
El rol de Pakistán fue importante. El esfuerzo por erradicar a los talibán destruyó algo por lo que ha trabajado por mucho tiempo. La solidaridad tribal, étnica y religiosa de gran parte de la población pakistaní con los pashtu logró transformar la situación en explosiva. Aun habiendo sido exitosa la misión de apartar a los talibán del gobierno, aparecieron otros extremismos con alianzas más peligrosas que las forjadas por Al-Qaeda.
Y a casi 20 años, los que hemos vivido en Asia central, los que hemos seguido de cerca los acontecimientos e iniciativas adoptadas, hemos observado el horror de un Afganistán destruido, que en este 2021 debe ser desalojado de efectivos extranjeros pero cuyo futuro no está ni cerca de ser claro. Pero Pakistán también ha pagado precios muy altos. Las tribus sedentarias de la frontera con Afganistán han sido bombardeadas acusadas de colaborar con terroristas. Obras milenarias de la ingeniería humana, acueductos que les permitían una agricultura de subsistencia totalmente destruidos como parte de los primeros ensayos con drones. El zumbido aterrador obligó al éxodo de los pobladores sobrevivientes ya sin medios de subsistencia. A la impotencia le siguió la furia. Y fue tal que los combatientes cintra otros combatientes indios por Cachemira, abandonaron ese campo de batalla para dirigirse a la frontera con Afganistán.
En mayo 2021 Pakistán descartó la posibilidad de volver a proporcionar sus bases militares a Estados Unidos para futuras operaciones antiterroristas en Afganistán. El ministro de Relaciones Exteriores Shah Mehmood Qureshi estableció que en adelante serán “sólo socios en paz”, que no se unirán a futuras guerras estadounidenses y no se están transfiriendo bases [estadounidenses] a Pakistán aunque Joe Biden ha reconocido que está examinando dónde reposicionar tropas para evitar que Afganistán vuelva a albergar grupos como al-Qaeda.
Por el momento el espacio aéreo y terrestre de Pakistán solo se utiliza para transportar suministros militares no letales a Afganistán y facilitar el proceso de retirada de tropas estadounidenses en curso.
De todos modos, los últimos 20 años se sumaron a décadas previas de guerras. Se requeriría mucho tiempo para pacificar al país, para que los talibanes vuelvan al proceso de paz…
Burla del destino… 20 años de guerra para derrocar a los talibán y ahora se cuenta con ellos en el gobierno para pacificar el país….
Isabel Stanganelli para Saeeg.org
***Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.